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Mostrando entradas de julio, 2016

La Torre de Hércules

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H ay quien opina, que en este mismo lugar estuvo un día situada la bailía templaria de Faro, que daría origen a esta hermosa ciudad que es La Coruña. Otros, por el contrario, opinan que no, que en realidad, ésta se encontraba entre las marismas situadas más al interior. Y por supuesto, hay también muchos que ni siquiera consideran la presencia de los monjes guerreros ni en este preciso lugar, ni tampoco en sus alrededores y que los establecimientos del Temple en Galicia no fueron tan importantes como pudiera pensarse a priori y como nos gusta especular a los románticos. En realidad, tampoco importa mucho el detalle de si, en lo más alto de este faro que, según cuenta la leyenda, se eleva sobre los restos del rey Breogán -desmadejado en tiempos protohistóricos por la certera maza de aquél posterior Cristobalón que fue Hércules-, hubo en algún nebuloso momento del siglo XII, centinelas templarios oteando un horizonte sombrío, cuya neblina matinal en muchas ocasiones ocultaba la lleg

Santa María de Cambre

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S e dice, se comenta, se rumorea que en Cambre hubo monjes cambeadores que ejercieron también el noble arte de la hospitalidad, atendiendo a los peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol, siguiendo las pautas del camino de la costa, aquél que también se denomina Camino Inglés y que cuenta, o contaba en el pasado, con muchos lugares de atención. Y dicen, también, que aquellos monjes guerreros mostraban con orgullo una cruz roja en sus blancas vestiduras, a la altura del corazón, lugar que suele atraer como un imán a las flechas más certeras, independientemente de cuales sean las intenciones del Cupido en ciernes que las lance. Por otra parte, y al igual que esos muertos , a los que C.G. Jung dedicó lo que posiblemente sean sus sermones más gnósticos y crípticos, no se sabe a ciencia cierta si vinieron de Jerusalén sin encontrar lo que estaban buscando o sí vinieron de la ciudad santa, por contra, con las alforjas repletas de tesoros como aseveran numerosas leyendas. Pero, s

Santa María la Real de Sar

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'...el occidente. Allí se pone el sol. Allí está el auténtico crepúsculo y es más bonito que aquí. Sólo allí, en occidente, el mundo se da cuenta de que muere. Por eso, en occidente, los hombres aman la historia; porque ella les recuerda incesantemente que los hombres y las civilizaciones son mortales...' (1) E n el Camino de Regreso, el peregrino recala por segunda vez en Compostela. Pero en ésta ocasión, lo hace lejos -o cerca, según se mire- de la Plaza del Obradoiro, de las exquisiteces no siempre bien comprendidas del Maestro Mateo y sin la necesidad implícita de volver a presentar sus respetos a los restos mortales del Apóstol o, en su defecto, a las cenizas de Prisciliano. Sus pensamientos, a veces vitales a veces mortales, como ese occidente que, según Mircea Eliade vive tan apegado a su sentido de la propia mortalidad, van y vienen, vienen y van en tal sucesión, que hay un momento en el que, comparativamente hablando, piensa que en su interior se está desarrolla

Noya: enigmática Santa María a Nova

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'Cuando abandonéis por fin la iglesia de Santa María, una nueva lápida quedará apoyada contra sus muros. Alguien tallará por ti en el lenguaje eterno tu ascendencia y tu linaje, las cosas que has hecho en tu vida y la fecha de tu nacimiento junto con la de tu muerte, que será ese día, durante el cual habrás adquirido una nueva identidad y un nuevo nombre que no podrás revelar jamás y por el que siempre deberás responder ante ti mismo...' (1) R ecuerdo con nostalgia, la primera vez que recalé en Noya y visité este enigmático lugar, que todavía, al cabo de los siglos, continúa siendo la igrexa de Santa María a Nova . Por aquél entonces, yo tenía otro nombre: un pequeño círculo de amistades -hoy día dispersas por las vicisitudes de ese viento inconmovible que se llama siroco-, me llamaban, precisamente, como al protagonista principal de esta formidable novela de Matilde Asensi: el Perquisitore . Era el rastreador implacable que perseguía los antiguos misterios, una vez aba

San Xulián de Moraime

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'El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida. El rigor ha tejido la madeja, no te arredres. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura. El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha...'. [Jorge Luis Borges] N o llegan ni siquiera a media docena los kilómetros que separan Muxía de otra población, asentada más al interior, pero que conoce bien todo peregrino, pues sin duda en su acercamiento a la iglesia, hallará en la fría escultura de la piedra detalles de interés, que pueden o no hacer más sutil y relevante su, en apariencia, viaje iniciático: Moraime. Todavía quedan suficientes huellas de su primitivo origen bizantino en l

Santa María de Muxía

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'Para el caminante, para el peregrino de la Vida, la dicha y el gozo renacen cuando se descubre un nuevo horizonte que alcanzar' (1) D e Santa María de Fisterra a Santa María de Muxía y tiro porque me toca. En realidad, el santuario que destaca en esta hermosa villa marinera, es el de la Virxen da Barca . Aun quedan lágrimas negras de chapapote en algunos lugares de la costa, y sobre todo, encallecidos en ese viejo hatillo que, a fin de cuentas, es el hábito benito del recuerdo. Después del Prestige , la desgracia -por algo será que nunca vienen solas, como dice el sabio refranero popular-, se abatió también sobre este memorable santuario. Mortalmente herido por un rayo, el peregrino pasa de largo y recala en una pequeña iglesia románica que, desde lo más alto y encajada entre singulares peñas vigila con nostálgica parsimonia esa mar impredecible, de la que nunca se sabe con qué te puede sorprender. Sobre uno de los Agnus Dei que coronan su tejaroz, una gaviota observa

Santa María de Fisterra

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'En donde estuve, aun en las espinas que quisieron herirme, hallé que una paloma iba cosiendo en su vuelo mi corazón con otros corazones. Hallé por todas partes pan, vino, fuego, manos, ternura...'. [Pablo Neruda] E n el Camino de Regreso, el peregrino no puede evitar detenerse, por segunda vez, en ésta entrañable iglesia de Santa María de Fisterra, distante, aproximadamente, un kilómetro del faro. Quizás, por una vez en su camino, se sienta menos fascinado por el estilo -gótico inglés, según algunos-, por la cruz patada que luce en su ábside y por el misterio de la pirámide que, como ha podido comprobar en su largo caminar por la celtiña Galicia, caracteriza a la gran mayoría de sus templos. Dentro de lo que cabe, el templo se le antoja como un centinela herido que da la espalda a la mar, justamente a ese brazo marino que se adentra en la tierra y cuyas olas, ahora en calma, braman en época de temporal, arrastrando a las arenas reliquias labradas

Fisterra: ¿el final del Camino?

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'Blanca la espuma, grises las olas; más allá del ocaso mi rumbo lleva. Sal es la espuma, y libre es el viento; oigo como ruge el mar intenso. Adiós, amigos. Izadas las velas, el viento del este las amarras tensa...' (1) F isterra. El antiguo Finis Terrae . El final de la tierra. El reino del ocaso, en el interior de cuyas aguas habita un terrible monstruo que se traga al sol cada atardecer, para regurgitarlo con el alba. El reino de los antepasados, el reino de los muertos. El Amenti de los antiguos egipcios...Y ahora qué, se pregunta uno cuando llega. Sólo hay una respuesta: ahora comienza otro Camino. El Camino de Regreso. Atrás quedan las viejas botas, como ofrendas a los voraces manes y los nuevos pasos suenan con eco distinto. Si el Camino de Ida fue hacia la Muerte, el Camino de Regreso vuelve hacia la Vida. Son los dos caminos del Mundo. El ciclo que recorre el Sol cada día. Y entre uno y otro, el peregrino lo sabe, se produce el Milagro. Es decir,

Fervenzas de Ézaro

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' Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Dios, que salva el metal, salva la escoria y cifra en Su profética memoria las lunas que serán y las que han sido. Ya todo está. Los miles de reflejos que entre los dos crepúsculos del día tu rostro fue dejando en los espejos y los que irá dejando todavía...' (1) P iedra, agua, monte, cielo, estrellas y mar...músicos de una inmortal orquesta. No hay mejor orquesta, ni sinfonía más melódica y perfecta, que la que brota de la batuta mayestática de Maese Natura. Dentro o fuera de esas etapas que, aparente o simbólicamente determinan los itinerarios de todo camino, sea éste peregrino o no, existen lugares que, por su trascendencia y su intrínseca belleza, parecen ajenos a este mundo: not of this Earth. Las fervenzas o cascadas de Ézaro, son uno de ellos. Hermosas lágrimas de la tierra, que entre alegres carcajadas van a fundirse eternamente con su nodriza la mar. Hacia el Oeste; siempre hacia el Oeste. El peregrino, aún

San Pedro de Rocas

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C omo Santa Maríña, San Pedro de Rocas es otro de esos lugares, enigmáticos y singulares, que hay que mirar detenidamente con el corazón contrito y ojos ávidos por zambullirse en los mares del olvido a los que actualmente pertenece. También situado en la parte orensana de esa Rovoyra Sacrata -robledal sagrado o ribera sagrada, que cada cual escoja lo que más le convenga o motive- en cuyos desfiladeros anidaron águilas benedictinas y cistercienses, es muy posible que en sus primitivos orígenes, las primeras comunidades asentadas en el lugar, vivieran el sueño fraternal del hereje Prisciliano, condenado y ejecutado en Tréveris en el siglo IV.  P ero es inútil hacer grandes textos o pretender mostrar un alarde de elocuencia para algo que, como pequeño rincón olvidado de Esgos, no hay mejor epíteto para describirlo, que pensar en un lugar que creció en base a unas escuetas nupcias entre piedra y humildad que, a pesar de todo, conservan la esencia de lo más íntimo y sagrado. La últ