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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Astorga: la cripta del Museo de los Caminos

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C ripta es sinónimo de misterio, de agua pasada estancada en las palas de los molinos de la Historia, de ecos que resuenan huecos en matrices de peremne oscuridad. Tal vez por eso, cuando se tiene la oportunidad de acceder a una, el subconsciente, dudoso traficante de endorfinas y siempre terriblemente inquieto cuando no suspicaz, se prepara para afrontar aventuras con una cierta disposición a la incertidumbre. Como puerta simbólica hacia ese temido más allá -al vez a ello, ayude el adoctrinamiento de las viejas películas góticas- el ambiente en una cripta suele liberar, cuando menos en la imaginación, esencias fantasmales, presencias inadvertidas que se diluyen como polvo entre las sombras. La asociación entre el mundo de la materia y el mundo del espíritu, puede ser perfecta pero a la vez, inquieta. Panteón de recuerdos, también esta cripta del Palacio de Gaudí, actual Museo de los Caminos, vela, ajena al tiempo y a las leyes del espacio, salvaguardan con fidelidad infinidad de s

Astorga: el Arte del Museo de los Caminos

E l peregrino está impresionado por la magnificencia del edificio en el que se encuentra, así como por las destacadas piezas que alberga. Parado frente a la imagen de un Cristo, sacrificado –o convertido en voluntario cordero de Dios , comparativamente hablando- una vez aceptado el Cáliz Amargo ofrecido por el ángel en el Huerto de los Olivos. Es una talla anónima, del siglo XIII –una, no obstante, de las varias que hay-, aunque al parecer, procedente de Lagunas de Somoza. La cruz, de las denominadas de gajos, con probable forma de Tau , sobre la que permanece crucificado, así como la factura y algunos otros detalles -como el rostro, la sangre desparramándose por el antebrazo en forma de ramas o alegóricos árboles de la vida , el plexo solar remarcado en forma de cruz, la posición de los pies e incluso el fajín, independientemente del color- le resultan interesantemente familiares. Ha visto numerosos Cristos similares y recuerda, no sin interés, que detrás de algunos de ellos, se ex

Astorga: el Palacio Episcopal o Palacio de Gaudí o Museo de los Caminos

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P iensa el peregrino, mientras se aleja despacio de la catedral y sus tesoros artísticos, en esos hombres, extraordinarios, sensibles, superdotados intelectualmente y definitivamente visionarios también que, por alguna curiosa razón que se le escapa, suelen nacer antes de tiempo y sufren, en mayor o en menor medida pero sufren al fin y al cabo, la incomprensión de una sociedad que todavía dista mucho de tener la suficiente madurez para comprenderles y aceptar la genialidad de sus obras, de sus ideas y de su particular visión del mundo. Y mientras piensa, siente que esas oscuras golondrinas que revolotean ocasionalmente por sus pensamientos, ponen en sus labios un nombre y un apellido, por los que siente una especial devoción: Antoni Gaudí. Si una de las figuras más asombrosas del Renacimiento italiano fue Leonardo Da Vinci, Antonio Gaudí fue -al peregrino no le cabe duda alguna-, el máximo exponente de una renacimiento espirito-intelectual, que despertando en esa Barcelona progresi

La Magia Gótica del Museo Catedralicio de Astorga

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D espués de observar con genuino interés esa cruz procesional o Lignum Crucis que, según se dice, perteneció a los caballeros templarios de Ponferrada, y dejarse llevar por el subyugante magnetismo de las formidables imágenes marianas que se localizan principalmente en la planta baja del museo, el peregrino centra ahora su atención, en el hechizo de los magníficos retablos góticos, que constituyen, qué duda cabe, otra de las glorias inherentes al lugar. Anónimos, aunque pertenecientes a reconocidas escuelas europeas, ofrecen una idea de ese tráfico cultural que, amparado en las vías de comunicación afines a los Caminos de Santiago , fue creciendo y evolucionando también, a medida que el estilo argótico –como lo definía ese gran enigma moderno que fue Fulcanelli- iba sembrando de maravillosos bosques de piedra –las catedrales- las principales ciudades de Occidente. Sus detalles y sus temáticas, no obstante, inducen en el pensamiento del peregrino ideas, preguntas y dudas, en algú

Nuestras Señoras de León

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P roceden de santuarios, ermitas e iglesias de pequeñas parroquias que se extienden por infinitos montes, valles y llanuras. Algunas, quizás las menos, piensa el peregrino entristecido, aún conservan su antigua advocación. Pero la mayoría, ese grueso general que rompe y rasga con su sola presencia los velos isíacos del misterio y la tradición, son anónimas. Tampoco todas están en las mismas condiciones de conservación, pero en su mayoría, en especial aquellas que pertenecen a los siglos XII y XIII, conservan, cuando menos, un detalle en común: su excepcional hieratismo. Sus atributos, también salvo excepciones, portan un objeto que, al fin y al cabo, sonríe el peregrino, ofrece una singular pista sobre su milenario origen: la bola. La bola o esfera que define la esencia y a la vez la presencia, nunca eliminada del todo, de los primigenios cultos matriarcales a la figura de la Gran Diosa Madre. O a la Triple Diosa, posteriormente camuflada bajo la forma de las Tres Madres Celtas o l

La catedral de Astorga

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L a Maragatería. Y su capital, la Asturica Augusta romana: la moderna Astorga, siempre fiel al espíritu del Camino. De detrás de sus murallas, levantadas por la Legio X Gémina , aquélla que participara en las cruentas guerras cántabras, partió Santo Toribio, que fue su obispo, hacia las cumbres misteriosas del sagrado Monsacro asturiano para depositar el arca con las reliquias que había traído de Jerusalén, hoy día custodiadas en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, evitando que cayeran en manos agarenas. Es, pues, parte del ancestral espíritu de cientos, miles de años de Historia el que se deja sentir por una ciudad que, aunque rendida a las inevitables circunstancias del barbarismo moderno, todavía mantiene el florido sabor de las tradiciones. El peregrino lo sabe, y tal vez por ser consciente de ello, siente una emoción muy particular cuando recorre la Avenida de Ponferrada –puerta del Bierzo y corazón templario de León-, en dirección al casco antiguo, donde se levantan