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Mostrando entradas de 2014

El misterio de la calavera del puente de la calle Bisbe

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L a Ciutat Comtal y sus misterios. Tal vez sea porque venga en los paquetes turísticos, en las guías esotéricas que vuelven a estar de moda o quizás porque la gente, cansada de esa realidad cotidiana del sota-caballo-rey ha desarrollado un sexto sentido para evadirse y dejarse llevar por la imaginación, es un hecho curioso, cuando no cierto, que todo el que pasa por la calle del Bisbe , o calle del Obispo , la busca con obstinada determinación, para llevarse el recuerdo fantástico a su casa. También hay quien, no conformándose sólo con el recuerdo gráfico, realiza el pequeño ritual de pasar abrazado por debajo del puente que la alberga, sin duda pensando, cuando menos, que realizada dicha acción, si no la suerte o quizás la amistad o incluso el amor, perdurará por obra y gracia de un enigma del que apenas se sabe nada y lo poco que se sabe, tan sólo son conjeturas, que incrementan, más aún, si cabe, su arcana idiosincrasia. Cierto es, así mismo, que uno, al verla, puede pensar qu

La Catedral de Barcelona

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S ituada en la Plaza de la Seu , en pleno centro de Barcelona, la catedral, dedicada a la figura de Santa Eulalia, es una obra cumbre, que no sólo conserva en su magnífica conjunción la magia de los canteros medievales, sino que además, es heredera, también, de una larga y cumplida historia, repleta de misterios y detalles por descubrir. En vista de parte de ella, quizás no sea en modo alguno aventurado pensar que quizás no fuera casualidad, que en éste preciso lugar donde sus piedras cantan la sinfonía del universo, elevando su voz hacia las esferas del infinito, se elevara, en tiempos prerrománicos, una iglesia que estaba bajo la advocación de la Vera Cruz. Y no parece ser casual, tampoco, que el primer convento-fortaleza que los templarios tuvieron en la Ciudad Condal -en cuyo solar, se eleva en la actualidad la llamada Casa de l'Ardiaca o Casa del Obispo -, se levantara a escasos metros de una de las portadas que transmite, simbólicamente hablando, esa luz de conocimiento

Catedral de Barcelona: el Jardín de la Oca

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P iensa el peregrino, que quizás, por un golpe afortunado, ha jugado con paciencia y sabiduría, habiéndole acompañado la Diosa Fortuna en las tiradas de sus dados y al fin, recompensado, ha alcanzado la mágica Casilla 64 : aquélla que, sumados sus dígitos, dan como resultado la Unidad . Pero es consciente, abre los ojos, aun entusiasmado por tanta belleza, sólo para descubrir que, aunque en realidad se encuentra frente a un hermoso y posiblemente único jardín de ocas, que hace mucho más atractiva aún, si cabe, la inconmensurable idiosincrasia de la catedral de Barcelona, no es ese Jardín , concepto de Paradisum y destino de buscadores de Sophia , que sueña con alcanzar todo neófito que recorre con abnegación y confianza ese infinito  Ouroboros que, después de todo, es el Tablero del Juego de la Oca , el juego simbólico al que se presta todo peregrino. D icen que el número de ocas es inmutable en este jardín y que dicho número, trece, representa el número, de heridas sufridas

Exteriores de la Sagrada Familia

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'Gaudí quiso superar el neogótico, pues, como él decía, el espíritu del tiempo es otro. Y acertó en el siempre difícil equilibrio entre tradición y modernidad. Pero la Sagrada Familia atrae porque la síntesis arquitectónica, la "nueva arquitectura" que Gaudí quiere levantar, descansa sobre lo que el espíritu humano busca con afán: la proporción, la armonía, en definitiva, la belleza. La basílica vive del estupor y la admiración que despierta...'(1) C omo un canto que se eleva hacia la misma Gloria, fortalecidas sus raíces con los misterios de la tierra, los exteriores de la Sagrada Familia, como bien afirma Armand Puig, proporcionan esos detalles que el espíritu humano busca con afán: proporción, armonía y belleza. No es de extrañar, por tanto, que a su alrededor, en sus aledaños e incluso en esos autobuses turísticos que la circundan con similar lentitud que el paso de esas mismas tortugas que soportan las columnas de la portada del Nacimiento, grandes multit

En el Corazón de la Sagrada Familia

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S ublime, como todo aquello que se hace con los parámetros del alma, penetrar en el corazón de la Sagrada Familia, constituye, no cabe duda, un viaje místico de proporciones tan desorbitadas, como la pasión de un hombre, Antonio Gaudí, cuya línea de pensamiento, no era otra que la ejecución de las Leyes de la Naturaleza, y por defecto, la aplicación de la Física de la Divinidad al servicio de ese pequeño pero genuino microverso al que el hombre se aferra con zarpazos de fiera, que es el Mundo del Espíritu . Hay quien sostiene, que Antonio Gaudí era un ferviente cristiano. Un cristiano convencido y ortodoxo al uso, que aparentemente compartía todos y cada uno de los postulados de una Santa Madre Iglesia que, en algunos casos, compartía y financiaba -posiblemente, más capaz en su labor mefistofélica de conseguir mecenazgos ajenos, que abrir sus propias arcas- unas obras que, a pesar de la incomprensión de la época, ya medraban para ser consideradas como Maestras en un futuro que, p

Cripta de la Sagrada Familia: visitando la tumba del Maestro

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'El viejo había trabajado toda la vida con una sola idea. Y la idea estaba a punto de cumplirse. Había trazado el mapa, desplegado su proyecto durante años, conocía el emplazamiento correcto, los puntos, las coordenadas, las estructuras, la combinación de símbolos exactos, el lenguaje de los arcanos...' (1) C amino de la Ciudad Condal, el peregrino mira distraído por la ventana del vagón de un tren, el AVE, que hace honor a su nombre. Al fondo del vagón, en caracteres digitales y rojos -como el color que tienen generalmente los números de su cuenta corriente-, los números de un cartel informativo, hacen que se le erice el bello de los brazos de la raíz a las puntas: 300 kilómetros por hora. Mira su reloj: apenas son las ocho de la mañana y el sol, sin duda tan somnoliento como él, comienza a desperezarse con la boca abierta de un titán. Hace unos minutos -o así se lo parecen- que dejaron atrás Guadalajara y a esa vertiginosa velocidad de crucero, están a punto de atrave

Astorga: la cripta del Museo de los Caminos

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C ripta es sinónimo de misterio, de agua pasada estancada en las palas de los molinos de la Historia, de ecos que resuenan huecos en matrices de peremne oscuridad. Tal vez por eso, cuando se tiene la oportunidad de acceder a una, el subconsciente, dudoso traficante de endorfinas y siempre terriblemente inquieto cuando no suspicaz, se prepara para afrontar aventuras con una cierta disposición a la incertidumbre. Como puerta simbólica hacia ese temido más allá -al vez a ello, ayude el adoctrinamiento de las viejas películas góticas- el ambiente en una cripta suele liberar, cuando menos en la imaginación, esencias fantasmales, presencias inadvertidas que se diluyen como polvo entre las sombras. La asociación entre el mundo de la materia y el mundo del espíritu, puede ser perfecta pero a la vez, inquieta. Panteón de recuerdos, también esta cripta del Palacio de Gaudí, actual Museo de los Caminos, vela, ajena al tiempo y a las leyes del espacio, salvaguardan con fidelidad infinidad de s

Astorga: el Arte del Museo de los Caminos

E l peregrino está impresionado por la magnificencia del edificio en el que se encuentra, así como por las destacadas piezas que alberga. Parado frente a la imagen de un Cristo, sacrificado –o convertido en voluntario cordero de Dios , comparativamente hablando- una vez aceptado el Cáliz Amargo ofrecido por el ángel en el Huerto de los Olivos. Es una talla anónima, del siglo XIII –una, no obstante, de las varias que hay-, aunque al parecer, procedente de Lagunas de Somoza. La cruz, de las denominadas de gajos, con probable forma de Tau , sobre la que permanece crucificado, así como la factura y algunos otros detalles -como el rostro, la sangre desparramándose por el antebrazo en forma de ramas o alegóricos árboles de la vida , el plexo solar remarcado en forma de cruz, la posición de los pies e incluso el fajín, independientemente del color- le resultan interesantemente familiares. Ha visto numerosos Cristos similares y recuerda, no sin interés, que detrás de algunos de ellos, se ex

Astorga: el Palacio Episcopal o Palacio de Gaudí o Museo de los Caminos

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P iensa el peregrino, mientras se aleja despacio de la catedral y sus tesoros artísticos, en esos hombres, extraordinarios, sensibles, superdotados intelectualmente y definitivamente visionarios también que, por alguna curiosa razón que se le escapa, suelen nacer antes de tiempo y sufren, en mayor o en menor medida pero sufren al fin y al cabo, la incomprensión de una sociedad que todavía dista mucho de tener la suficiente madurez para comprenderles y aceptar la genialidad de sus obras, de sus ideas y de su particular visión del mundo. Y mientras piensa, siente que esas oscuras golondrinas que revolotean ocasionalmente por sus pensamientos, ponen en sus labios un nombre y un apellido, por los que siente una especial devoción: Antoni Gaudí. Si una de las figuras más asombrosas del Renacimiento italiano fue Leonardo Da Vinci, Antonio Gaudí fue -al peregrino no le cabe duda alguna-, el máximo exponente de una renacimiento espirito-intelectual, que despertando en esa Barcelona progresi

La Magia Gótica del Museo Catedralicio de Astorga

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D espués de observar con genuino interés esa cruz procesional o Lignum Crucis que, según se dice, perteneció a los caballeros templarios de Ponferrada, y dejarse llevar por el subyugante magnetismo de las formidables imágenes marianas que se localizan principalmente en la planta baja del museo, el peregrino centra ahora su atención, en el hechizo de los magníficos retablos góticos, que constituyen, qué duda cabe, otra de las glorias inherentes al lugar. Anónimos, aunque pertenecientes a reconocidas escuelas europeas, ofrecen una idea de ese tráfico cultural que, amparado en las vías de comunicación afines a los Caminos de Santiago , fue creciendo y evolucionando también, a medida que el estilo argótico –como lo definía ese gran enigma moderno que fue Fulcanelli- iba sembrando de maravillosos bosques de piedra –las catedrales- las principales ciudades de Occidente. Sus detalles y sus temáticas, no obstante, inducen en el pensamiento del peregrino ideas, preguntas y dudas, en algú

Nuestras Señoras de León

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P roceden de santuarios, ermitas e iglesias de pequeñas parroquias que se extienden por infinitos montes, valles y llanuras. Algunas, quizás las menos, piensa el peregrino entristecido, aún conservan su antigua advocación. Pero la mayoría, ese grueso general que rompe y rasga con su sola presencia los velos isíacos del misterio y la tradición, son anónimas. Tampoco todas están en las mismas condiciones de conservación, pero en su mayoría, en especial aquellas que pertenecen a los siglos XII y XIII, conservan, cuando menos, un detalle en común: su excepcional hieratismo. Sus atributos, también salvo excepciones, portan un objeto que, al fin y al cabo, sonríe el peregrino, ofrece una singular pista sobre su milenario origen: la bola. La bola o esfera que define la esencia y a la vez la presencia, nunca eliminada del todo, de los primigenios cultos matriarcales a la figura de la Gran Diosa Madre. O a la Triple Diosa, posteriormente camuflada bajo la forma de las Tres Madres Celtas o l

La catedral de Astorga

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L a Maragatería. Y su capital, la Asturica Augusta romana: la moderna Astorga, siempre fiel al espíritu del Camino. De detrás de sus murallas, levantadas por la Legio X Gémina , aquélla que participara en las cruentas guerras cántabras, partió Santo Toribio, que fue su obispo, hacia las cumbres misteriosas del sagrado Monsacro asturiano para depositar el arca con las reliquias que había traído de Jerusalén, hoy día custodiadas en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, evitando que cayeran en manos agarenas. Es, pues, parte del ancestral espíritu de cientos, miles de años de Historia el que se deja sentir por una ciudad que, aunque rendida a las inevitables circunstancias del barbarismo moderno, todavía mantiene el florido sabor de las tradiciones. El peregrino lo sabe, y tal vez por ser consciente de ello, siente una emoción muy particular cuando recorre la Avenida de Ponferrada –puerta del Bierzo y corazón templario de León-, en dirección al casco antiguo, donde se levantan

El Camino se viste de Otoño

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S uele llegar sin avisar y a veces, como en la presente ocasión, disfrazado de veranillo de San Miguel, incluso en esos lugares donde parece que el gélido Bóreas se ha aposentado eternamente. De libre albedrío y de espíritu inquieto, deja una singular tarjeta de visita por todos aquellos lugares por donde pasa, jugando, ¡qué duda cabe!, con los colores gloriosos del ocaso. Si alguien le pregunta, diría que es el gran burlador, el pintor romántico por excelencia. O quizás, ocultando un rubor dorado en su sonrisa, dejaría que fuera otro quien viera en él al gran Maestro, aquél cuya prudencia deja hojas marchitas señalando el Camino hacia el Jardín de la Madre Oca. Hay quien dice, asegura y persevera -que para eso la vieja Hispania no sólo es tierra de pan y vino, sino también de dimes y diretes-, que se hace acompañar por una cohorte de dulces, gráciles y escurridizas mancebas a las que alguien, seguramente poseedor de un corazón de poeta, identificó -tal vez huyendo apresurado de la

Un pueblo y una parroquial: San Salvador

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C omo colofón a esta pequeña aventura por el siempre interesante entorno de los Montes Torozos, por la mente inquieta del peregrino circula el recuerdo de un pequeño pueblo, que lleva idéntico nombre que su iglesia parroquial: San Salvador. San Salvador, es un pueblecito castellano –de esos que duermen la siesta en la canícula al compás de las melancólicas cigarras-, situado entre Vega de Valdetronco –todo el que llega a su altura por la autovía de La Coruña, observa con curiosidad el armazón de una antigua iglesuca, situado prácticamente a pie de carretera-, y Torrelobatón, localidad de cierta importancia que, no obstante, parece relativamente pequeña en comparación con la fantástica mole de su bien conservado castillo medieval. D e románica medievalidad –recuerda gratamente el peregrino-, es la planta de la parroquial. Una parroquial, que a pesar de las reformas que se evidencian actualmente en su conjunto, puede presumir, desde luego, de mantener hasta cierto punto intact

Arroyo de la Encomienda: la iglesia de San Juan

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C omo se advertía en las primeras entradas dedicadas a esta ruta por los fascinantes Montes Torozos, el peregrino sabe que uno de sus mayores atractivos, radica en la presencia, durante la Edad Media, de las no menos fascinantes órdenes militares. Y de hecho, tiene la certeza del dominio de las dos órdenes principales, rivales, de hecho, pero cuyo acercamiento a su poderío y mediática idiosincrasia, constituyen, en el fondo, una no menos prodigiosa aventura histórica: la Orden del Temple y la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Fundada ésta última por comerciantes de Amalfi algunos años antes que la primera, el peregrino es plenamente consciente de que el lugar al que se dirige, lleva el nombre de la encomienda que los caballeros del Hospital tenían en un lugar situado a apenas unos insignificantes kilómetros de Valladolid y otros tantos de Simancas, ciudad que destaca no sólo por ser la sede de un impresionante Archivo Histórico, sino también, por ser el lugar donde en

El Monasterio de la Santa Espina

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C omo ya apuntaba en entradas anteriores, apenas el peregrino puso los pies en el interior de la iglesia de Santa María de Wamba, recordó las palabras del venerable anciano que, descuidando por un momento sus obligaciones en la preparación de la santa misa en ciernes, le comentara, entre nostálgico y orgulloso, que apenas unos breves escalones separaban, como por arte de magia, varios siglos de Historia. Fue en el claustro, reformado en el siglo XVIII, pero donde todavía sobrevivía, milagrosamente, una de las salas capitulares románicas más hermosas de cuantas había contemplado en sus largos años de camino, incluida la del monasterio alcarreño de Monsalud, que conociera unas semanas después y que tan buenas sensaciones le dejara, independientemente del templarismo que, en su segundo viaje a la Alcarria, le otorgara Camilo José Cela, dejándose llevar por las tradiciones del lugar.   Q uizá más versado en los aspectos modernos del monasterio, sobre todo a partir de finales del si

De Wamba a Urueña: Nª Sª de la Anunciada

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D espués de dejar atrás Wamba y sus ancestrales misterios, el peregrino recuerda la advertencia de Vicente Herbosa (1), relativa a Urueña, y posiblemente como aquél, una vez puestos los pies en tan singular villa, sienta, con un genuino estremecimiento de placer, que en su ruta iniciática por esta zona tan determinada de los Montes Torozos vallisoletanos, todavía se puede saborear un sorprendente esbozo del olvidado mundo medieval. Cierto es -no puede evitar pensar a continuación, con sobrecogedora nostalgia-, que nada es eterno y que las poderosas huestes del Padre Cronos y sus más pérfidos aliados, la mercenaria hombruna, también han pasado por aquí, aunque quizá no de forma tan determinante como en otros lugares de alrededor. Cierto es, así mismo, que Urueña aún conserva buena parte de sus antiguas murallas, y al igual que en otros lugares, como Betanzos, su iglesia gótica de Santa María -situada justamente a la sombra de su puerta principal- aún recuerda. en su adjetivo calif