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Mostrando entradas de 2012

Feliz Navidad, Feliz Año Nuevo y Feliz Camino

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'Cada nuevo ciclo en la vida significa una muerte interior, una pérdida que, en muchas ocasiones, resulta sumamente dolorosa. Pero después de toda muerte se resucita a una nueva vida y no nos está permitido dejar de "caminar"' (1) E stamos prácticamente en vísperas de Navidad. Muchos caminos están cubiertos de nieve. En algunos de ellos, las huellas que va dejando el peregrino, mueren detrás de él. Como está a punto de morir este año. Y lo hace, para que otro nuevo comience a florecer, comience a vivir. Ahí está, a la vuelta de la esquina, a punto de ser parido a través de esa vagina solsticial , esa jauna infernii con la que Jano , el dios ambivalente, el de las dos caras, nos viene sorprendiendo a lo largo de los siglos. Aún no tiene rostro; ni tampoco una personalidad definida. Pero por alguna extraña razón, todos lo llevamos en el corazón. Y por alguna extraña razón, también, todos pensamos que será rubicundo, que tendrá las mejillas sonrosadas, los ojos

El gigante del Museo Nacional de Antropología de Madrid

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S e le conoce como el Gigante Extremeño , pero su verdadero nombre era Agustín Luengo Capilla. Su esqueleto no apareció, rodeado de ajuares funerarios, en ninguno de esos enigmáticos templos megalíticos, cuya autoría el investigador francés Louis Charpentier (1) atribuía a una raza de gigantes que habitó el planeta en tiempos anteriores al Neolítico. En realidad, su cuerpo tampoco se encontró por casualidad en esos inhumanos almacenes de tristezas y olvidos que son los osarios, ni fue inhumado, en olor de multitudes y botafumeiro,  de ninguno de esos potenciales cementerios medievales que, en el fondo, son la mayoría de iglesias románicas. De haber seguido con vida, hoy tendría, aproximadamente, la edad de 186 años y hubiera sido un candidato perfecto para ampliar la lista matusalénica que hace de la Biblia el Libro Guinnes de los récords de longevidad conocidos. Sus orígenes, como el mío, como posiblemente el de Vd. o como el de aquél otro que, aunque poco menos que desnudo rec

El Ángel Caído

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¡ Cómo has caído del cielo, lucero brillante, estrella matutina, derribado por tierra, vencedor de naciones!. Tú que decías en tu corazón: "Subiré a los cielos, por encima de los astros de Dios elevaré mi trono, me sentaré en el Monte de la Asamblea, en el límite extremo del norte. Subiré sobre las alturas de las nubes, me igualaré al Altísimo". ¡Pero al seol has sido derribado en el extremo más hondo del pozo!..., el peregrino cerró las Sagradas Escrituras, sin olvidar situar la cinta sobre el pasaje de Isaías, que revelaba -críptico, como el Apocalipsis de San Juan-, uno de los episodios más apasionantes, y a la vez más oscuros de la Creación: la rebelión de Lucifer. Siempre había sentido curiosidad por ésta excelsa figura venida menos, y en ocasiones se preguntaba si Lucifer, después de todo, no fue algo así como el primer peregrino a quien el orgullo -¿o sería mejor decir un exceso de confianza?- había precipitado de cabeza en esa oscura casilla del Tablero Cósmico,

Peregrinando por el Parque del Retiro de Madrid

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S upongo que en mi precipitación, debí suponer que la historia, en honor a la verdad -al menos, a la verdad cronológica, que generalmente suele ser menos falsa que la verdad histórica- no empezaba en el lugar donde un envejecido Hombre de Hojalata evocaba con su música el mundo de ensueño que todos suponen situado en algún lugar del arcoiris. Tampoco el peregrino se vio abducido por un inesperado tornado surgido de la nada -lugar del que suelen venir todas las sorpresas-, como Dorothy, la niña del cuento -siempre me he preguntado, por qué las mejores aventuras están siempre protagonizadas por una niña, llámese ésta Dorothy, Alicia o Mafalda- sino que se levantó temprano esa mañana de domingo, después de haber soñado con una afortunada tirada, en la que los dados -generalmente caprichosos en cuanto a suertes, como si la mano que actúa detrás de ellos pensara que todos los hombres somos toreros- habían sumado un bingo, llevándole directo a una Casilla Oca . Lejos de tirar por tirar,

Tócala otra vez, Sam...

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'Lo dicho: metes cuatro cosas en una maleta, cortas la luz y el agua por si acaso, cierras bien la puerta detrás de ti, tiras la llave a una acequia, te calas la boina, te atas los machos y ¡hale!, al camino. A partir de ese momento, el mundo es tuyo...' (1) E s muy posible, que fuera una visión parecida a aquéllas otras que inspiraran a Frank Capra obras maestras, como Juan Nadie o Qué bello es vivir , cuya moraleja, en el fondo y en mi opinión, no es otra que aquélla que concede a los pobres de la tierra el derecho de soñar. Me topé con él, sí, al final de un largo paseo en el que Míster Autumn -por favor, no confundir con el Míster Scrooge de Dickens, aunque ambos, en mayor o menor medida, pequen de avaros-, vestido con el abrigo de cachemira, la bufanda blanca alrededor del cuello y sombrero de copa como un auténtico y seductor gentlemen , despertaba miradas de admiración, aunque las modas hubieran poco menos que exterminado a las criadas y matronas que antaño y p

Ruteando por San Pedro de Arlanza

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U na hora después de comer, apenas alejada la tormenta como aquéllas oscuras golondrinas de Bécquer, que nunca volvieron a Sevilla, el ambiente continúa liberando humores a pólvora mojada. Covarrubias queda atrás, junto con sus bien puestos mondongos patrimoniales, sus ilusorias brujas -que son de la buena o de la mala suerte, como en cualquier otro lugar del becerro de oro que es España-  y sus nobles fantasmas del ayer. Semejante a un sueño, el camino nos precipita, una insignificancia de kilómetros más adelante, en una testa táurica y carcomida por los agujeros de gusano del tiempo, cuyos cuernos, semejantes a una media luna, los añade una carretera general que parece secuestrar al viajero -cual homérica sirena- hacia el hechizo mortal de los cantos gregorianos de Silos: Te Deum Laudamus . I ntentar describir San Pedro de Arlanza, resulta algo más que un tópico. A fin de cuentas, ¿cómo describir lo indescriptible?. La visión, lejos de parecerse a ese espejo histórico y cultu

Covarrubias

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Q ué placer, aquél de perderse por esas viejas, eternas ciudades castellanas con sabor agridulce a pasado y tradición, aún cuando en el ambiente se presienta ese singular olor a pólvora mojada que precede siempre al fragor repentino de la tormenta. Agosto, irascible e imprevisible, como ese viejo general, Fernán González, al que la Historia, no obstante su patética arbitrariedad, ha querido que sea más conocido como el de los Buenos Fueros, a veces reniega de sí mismo y acude a las nubes con la lengua fuera, similar a un perrillo faldero que solicita humillado una ducha urgente y un trago de agua que contengan su ira y aplaquen su sed. La lluvia cae, con fuerza, y durante el paso de la negra nube, el mundo parece reclamar con alivio una nueva historia de Noé. Y aún así, después del Diluvio y el vuelo de cuervos y palomas, el agua deja pendientes de plata deslizándose por los desgastados adoquines, mientras una capa de fresco barniz se abate sobre las casones típicas del viejo burgo

Una ruta mágica en el corazón de Asturias: el Desfiladero de las Xanas

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La xana Pues antaño afirmaba un cantarcillo: - Cao la fonte llavando po la mañana, non yes la mio Pepina, yes una xana...! Es decir, yes un asombro, un milagro, un acabóse...Yes una maravilla de hermosura...Porque la xana es así, tan bonita y tan graciosa como un rayo de luz de amanecer. Todos los que saben de ella hablan de su belleza excepcional y dicen lo que dicen de las hadas los cuentos de los rapaces: - Pues esta era una xana, linda, linda... (1) H ay mitos que son tan antiguos como el mundo. Mitos tan arraigados entre los pueblos que, a fuerza de costumbre, se convierten en algo cotidiano. Tal vez por eso, por ese familiar costumbrismo, no hemos de sorprendernos si en una conversación, casual o premeditada, el aldeano astur habla de las xanas con la misma familiaridad e indiferencia, con que podría hacerlo de ese oscuro nubarrón que se observa hacia poniente y que no tardará en llegar al pueblo. Sabe, porque su contacto con la naturaleza es primordia

Peregrino en Coaña

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'Al rey, rico cabaleiro, y al señor de la Altamira, junto al Teso del Campeiro, áureos bolos divertían...' (1) L a Arqueología, ciencia que debe mucho -pese a quien le pese- no sólo a los grandes Clásicos , sino también a los grandes Soñadores -a Schliemann pongo por ejemplo y como testigo, a él me remito- sitúan la Cultura Castreña , y por lo tanto, este Castelón de Villacondide -llámese Castro de Coaña, si así, y de manera popular se prefiere- en esa edad que, inmediatamente posterior a la del Bronce, se denomina, caóticamente, como del Hierro. Y digo caóticamente, porque ya lo dice el refrán: quien a hierro mata, a hierro muere . Y hierro, en efecto, encontraron sus habitantes, a los que poco, o más bien nada, les importaban el César, el Imperio Romano y el Urbi et Orbi que vendría después, posiblemente más artero, retrógrado y dañino que los anteriores. ¡Joder, si no lo digo, reviento!. A Ágora y Alejando Amenabar, me remito y que Dios me perdone, pues lejo

Peregrino en Tazones

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E s inevitable, pero hablar de Tazones implica, necesariamente, comentar, siquiera sea por aquello tan español de nobleza obliga , la anécdota histórica que une a este pinturesco pueblecito pesquero de la Ría de Villaviciosa, con la figura del emperador Carlos I de España y V de Alemania. Buenas o malas, las lenguas-que en España hay muchas, y bien sueltas, por cierto- afirman que una tormenta -desgraciadamente, nada dicen si fue provocada por bruxas , nuberos , ventolines o espumeros - alejó el navío en el que viajaba tan preeminente viajero, de su destino -probablemente uno de los principales puertos cántabros de la época, como Santoña, Laredo o Santillana del Mar, lugares, así mismo, de arribe de peregrinos, algunos de los cuales continuaban el Camino de la Costa o descendían por el puerto del Escudo hacia los misterios de las Merindades burgalesas, continuando viaje hacia la tumba del Apóstol, habiendo recogido el azufre tradicional de lugares como San Pantaleón de Losa, San

Peregrino en Luarca

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D entro del Camino Norte que recorre la costa asturiana, hay una pequeña perla conocida por todos los peregrinos que siguen este precioso sendero en su rumbo hacia el Oeste. Se trata de una ciudad muy especial para mí, pues no en vano, de sus cercanías son mis raíces paternas, y siento su singular hechizo desde aquellos felices y lejanos tiempos de infancia, en los que pasaba largas temporadas estivales. Hace unos días, he tenido la oportunidad -después de algún tiempo de sentirme atrapado por la venenosa morriña inoculada por ese pérfido y traidor demonio Meridiano , que me hizo recordarla con añoranza, quizás por segunda vez en poco tiempo en las páginas de este peregrino blog- de volver a los caminos astures y dar rienda suelta, entre otros rumbos, a ese caprichoso placer, a ese placentero derroche existencial, de hacer magia con el tiempo, sin importar otra cosa que rememorar aquél pasado feliz, no obstante con paseos y ojos del presente. C on ojos del presente, siempre reco

Peregrino en Lena

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'Santa Cristina se levanta, como una voz tiernísima, en la colina que está dominando todo el valle, conocido por el nombre de Vega de Rey, sobre el río Lena, próxima al pueblo de San Pedro de Felgueras...' (1). N o lo puedo evitar: siento una especial predilección por esta maravillosa iglesuca de Santa Cristina. No ha de extrañar, por tanto, que cada vez que emprendo la aventura de subir a mis Asturias queridas, una de las paradas obligatorias, sea precisamente aquí. Me agrada esa apacible tranquilidad que se siente cuando se deja atrás ese endiablado trasiego de prisas y circunstancias, de metas y locuras de acelerador, que es la Autovía Ruta de la Plata y se desliza uno como en una nube, por pueblines de casas dispersas, entre el cacareo vespertino de los gallos, el ladrido ocasional de los perros y ese sutil olor a pan recién cocido que escapa de las entreabiertas ventanas, mezclado con los aromas fuertes del café. Las ristras de panochas de maíz colgadas de los bal

Ruteando por el entorno de Silos

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- Mensajero eres, amigo, no mereces culpa, no; que yo no he miedo al rey, ni a cuantos con él son. Villas y castillos tengo, todos a mi mandar son, de ellos me dejó mi padre, de ellos me ganara yo: los que me dejó mi padre poblélos de ricos hombres las que me hube ganado poblélas de labradores; quien no tenía más de un buey, dábale otro, que eran dos; al que casaba su hija dóle yo muy rico don: cada día que amanece, por mí hacen oración; no la hacían por el rey, que no la merece, non; él les puso muchos pechos y quitáraselos yo. (1) N o deja de tener cierto regusto nostálgico patalear por la Vieja Castilla y detenerse, siquiera por unos minutos, a saborear es vino ancestral que, de tan añejo, ha quedado convertido hoy en día en fuerte coñác, donde quizás su cálida quemazón se haga más evidente en ese bastión histórico que es la región del Arlanza. Hablar, pues, de la Vieja Castilla y de ésta demarcación en particular, conlleva, no obstante, la obligación de

El Santuario de Estivaliz

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'Acabo de cargar con una responsabilidad que no sé si debo asumir: la de guiar al peregrino que emprensa la Ruta Jacobea. ¿Quién soy yo para guiar a nadie?. ¿Quién es nadie para guiar a quien debe guiarse solo, si es que realmente desea encontrar las claves de una ruta que es encuentro consigo mismo?' (1). C on estas entrañables palabras, comenzaba Juan García Atienza, otro de esos libros maravillosos que nos presentaba, no sólo una visión particular de ese camino tremendamente mistérico que es -o fue, porque muchas claves se han perdido- el Camino de las Estrellas, sino también, me atrevería a decir, una mágica reseña destinada a sobresaltar nuestro sentido de la observación y la intuición. Como continuaba unas líneas más abajo, por nada del mundo se consideraba maestro; de manera, que advertía que nadie tenía el deber de confiar en él a ojos cerrados, ni tampoco de asentir a todo cuanto dijera. T ampoco a mí se me ha pasado por la cabeza, de ninguna manera, compararm