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Mostrando entradas de febrero, 2011

Vivencias del alma: Santo Domingo de Silos II

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'Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas; doblan por ti'. [John Donne (1)] E l tañido de las campanas de la abadía me aleja, por un momento, de la catarsis ensoñadora que me envuelve. La lluvia -fenómeno que tal vez ocurra en el pasado, como dijera Borges- fiel compañera durante toda la mañana, se desliza con suicida rapidez cuesta abajo, mimetizándose en pequeños afluentes que van a desembocar al río Ura. Un río que, seguramente procedente de esos pueblecitos donde las gentes lo bautizaron como Mataviejas, arrastra en su caudal gran cantidad de arena y barro que va devorando con saña en las riberas, y puede que t

Vivencias del alma: Santo Domingo de Silos

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Un día me iré sin haberte conocido nunca... [Arturo Pérez Reverte (1)] A rrecia la lluvia, cuando me acerco a esa boca de lobo que es el túnel de Somosierra. Un camión quitanieves permanece estático en el arcén y los destellos anaranjados de la luz de aviso situada encima de la cabina, se me antojan, por un momento, el preludio mortecino de una actuación de bodevil. El telón de fondo es un cielo gris, tristón, que se vacía con nostalgia en unas laderas todavía cubiertas de nieve. No soy buen actor; nunca lo he sido. Si hubiera sido buen actor, sin duda hubiera preparado el guión, hubiera absorbido cada letra, cada palabra de su contenido y lo hubiera canturreado con la naturalidad de un genio frente a un público boquiabierto que, a pesar de todo, seguramente no me hubiera entendido. Pero en el día de hoy, mi único público soy yo mismo; también soy ese actor tan gris, o más, quizás, que ese cielo que, lejos de ampararme y concederme un momento de respiro, me arroja con saña su pe

El Camino: Misterio y Magia

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E scribía Howard Phillips Lovecraft, en la introducción de su pequeño ensayo El horror en la Literatura (1), que la emoción más antigua y más intensa de la humanidad, es el miedo y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido . El Camino, es esa frontera, a veces irracional, que el hombre debe salvar para trascender una existencia que, en el fondo, le parece anodina y hasta en ocasiones vacía, considerando que las respuestas a la gran pregunta, están ahí fuera. Y o no diría que cuando me aventuro por esos caminos de Dios, lo hago con miedo; si así fuera, me quedaría en casa silente, adoptando el papel de jilguero que termina aceptando el alpiste como lo más natural, resignado, entre gorjeo y trino, a que los barrotes de su jaula sean el cielo más alto al que puede llegar. C ierto es, así mismo, que a veces, saliendo con o sin destino definido, resulta imposible no pensar, siquiera por un momento, cómo se desarrollará ese viaje y qué avatares, imprevisibles pero r

Perlas en el Camino: la Laguna de Somolinos

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En el agua su barba se había sumergido: Baya de Oro, la hija de la Mujer del Río, tiró de sus cabellos y allá que fue, arrastrado, a hundirse entre burbujas, nenúfares abajo... [J.R.R. Tolkien (1)] R esulta imposible no dejarse llevar por el romanticismo implícito a éste tipo de lugares, de una u otra manera, asociados, por regla general, con la magia, lo sobrenatural y lo fantástico. Es muy probable que en las estribaciones de esa peculiar Sierra de Pela, el abismo de este diminuto ojo constituya la ventana natural por la que dioses de olvidades religiones atisben con curiosidad a todos aquellos que un día, de manera casual o voluntaria, pasean por la ribera, ensimismados en su salvaje y a la vez frágil belleza. S ituada a un kilómetro escaso de Albendiego, y a unos diez kilómetros de Campisábalos, probablemente en el pasado, alguna caballería templaria abrevó en las frescas y cristalinas aguas de ese río Bornoba que la sustenta, y también algún que otro peregrino encontró en sus oril

La Huerta de Malvís

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Erase de un marinero que hizo un jardín junto al mar, y se metió a jardinero. Estaba el jardín en flor, y el marinero se fue por esos mares de Dios... [Antonio Machado: Parábolas] N o puedo evitar recordar, cuando pienso en mi estimado amigo Malvís y su huerta, en estos significativos versos de Antonio Machado, a los que también puso música un por entonces jovencísimo Joan Manuel Serrat, los cuales hacen referencia a esa alma marinera que en el fondo todos poseemos, y a esa infinita mar, que es la vida, en la que nos embarcamos, desde el mismo momento de nacer, sacando el pasaje hacia esos Mundos de Dios. A sí conocí a éste jovial marinero majinense, por esos Mundos de Dios, en los que nos hicieron coincidir invisibles vientos y corrientes, y donde, por obra y gracia de un interés común, quedaron sellados unos lazos que, como ese cordón de plata que las tradiciones budistas aseveran que une cuerpo y espíritu, en este caso bien se podría decir que sirvieron para amarrar un pequeño cofr